4 de junio de 1801

Inauguración del Café de Marco

El Café de Marco fue inaugurado el 4 de junio de 1801. Se encontraba ubicado en la esquina de Santísima Trinidad (hoy Bolívar) y San Carlos (hoy Alsina) en Buenos Aires, frente a la iglesia de San Ignacio.

El café era un punto de encuentro para los porteños, donde se podía jugar a las cartas, al billar, tomar algo y discutir de política. También fue escenario de importantes acontecimientos históricos, como la reunión de los criollos que buscaban el apartamiento del virrey en 1810 y el nacimiento de la Sociedad Patriótica en 1811. 

El virrey Santiago de Liniers tenía al español Pedro José Marco entre ojo y ojo. Llegó a prohibirle que los parroquianos de su concurridísimo café hablasen de cuestiones de Estado, que de lo contrario no tendría más remedio que clausurarlo. Además estaba convencido que ese próspero hombre de negocios estaba en conversaciones con “el miserable” de Francisco Javier, D ‘Elío, el gobernador militar de Montevideo, con quien estaba enfrentado.

Cuando el 1 de enero de 1809 estalló la conspiración de Martín de Alzaga para deponer a Santiago de Liniers, el café finalmente cayó en la volteada y fue clausurado por unos días, mientras que Marco fue a parar a la cárcel. Inútil fue convencer de que era imposible controlar lo que decían los parroquianos y que, en definitiva, eran delitos individuales.

Es que Liniers lo que buscaba no era solo cerrarlo, sino provocar que se mudase de la estratégica zona en el que estaba.

Marco había invertido cerca de treinta mil pesos en montarlo. Cercano al Cabildo y de los regimientos, era un lugar obligado donde se podía jugar a las cartas, al billar, tomar algo y discutir de política. “Al café, al café” se autoconvocaba la gente a la hora de participar en alguna movida política.

En la puerta colgaba el cartel de “Villar, confitería y botillería”, sí, con “v” corta, como se usaba entonces.

A la hora de escribir su historia, lo han llamado el Café de San Marcos, Café de Marco o Marcos y hasta Mallcos. Por la atención y servicio se transformó en un café muy popular.

 

Apenas traspasada la entrada, el parroquiano se encontraba con un amplio salón, cuyas paredes estaban cubiertas con papel francés con motivos de paisajes de lugares exóticos o bien con escenas de obras literarias, como era el caso del Quijote. También disponía de dos espejos.

El de Marco poseía espacios para tertulias, un patio, cubierto por una lona para atajar el sol del verano, aljibe y un sótano, donde se mantenía fresca la bebida.

Transitar por la ciudad era un verdadero martirio, con calles de tierra sin arreglar y por las que era imposible cruzarlas cuando llovía. Por eso a partir del 1 de julio brindaba un servicio adicional: un coche de cuatro asientos podía ser alquilado cuando la lluvia impidiese al parroquiano volver a su casa.

La fiebre amarilla de comienzos de 1871 fue el fin del café. La implacable epidemia que no distinguía entre clases sociales, modificó la fisonomía de la ciudad. Muchas familias con recursos decidieron moverse hacia el norte y el café, que ya languidecía, debió cerrar, transformándose en un triste recuerdo, donde jóvenes que ahora eran ancianos evocaban aquellos tiempos en que, para ellos, el pasado había sido mejor.